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sábado, 3 de marzo de 2012

La cajita


La cajita está llena. Cuando la cajita está llena ella sonríe más que nunca, y todo lo que le rodea parece cantar música para sus oídos.
Con la caja llena no existe la desgracia, y ella siente que no puede ser más dichosa; sabe que su vida ha sido un regalo, porque la cajita está llena. En su cajita hay alegrías, besos, caricias, susurros, “ tequiero(s)”, deseos, sexo, cariño, buenos momentos y mucha complicidad.
Un día ella conoce a alguien, una persona que la hace sonreír, un hombre que, lejos de marchitarla, hace que florezca cada día un poco más. Ella se nota crecer a su lado.
Pasan los días y ella va a su cajita, la abre para coger un poco de cariño y unos besos, y descubre que la caja se ha ido vaciando durante los días anteriores, ya no hay tantos besos ni tantos te quiero(s). Ella no se lo explica, pero tampoco le da demasiada importancia; así que coge sus besos y cariño y cierra la cajita. No se daba cuenta de que estaba agotando sus últimos besos.
Los días siguen pasando y en ella comienzan a brotar nuevas alegrías, un nuevo bienestar muy diferente a cualquiera que hubiera sentido antes.
Curiosamente, el día que vuelve a abrir la cajita con mimo y mesura, despacito para que no se escape nada, se lleva un gran disgusto: la cajita está vacía. Todo se ha esfumado y no le queda nada. Layza comienza a sentirse muy vacía. Se echa a llorar, porque sabe que sólo puede ser feliz con la cajita llena. Quiere morirse, que la dejen marchitarse poco a poco.
Es entonces cuando este hombre acude en su ayuda. Va a visitarla a su casa, entra en su cuarto y la ve en la cama. Coge su mano fría, intenta que entre en calor.

-Déjame sola, por favor. Ahora ya no tengo nada, lo he perdido todo.

Al oír esto, él se dirige hacia su abrigo, que había dejado colocado en la silla, y coge algo del bolsillo interior izquierdo. Vuelve hacia ella y le ofrece lo que había sacado del abrigo.

-Toma, no es mucho, pero si lo quieres, tuyo es.

Se trataba de una cajita, una muy diferente a la que Layza conservaba vacía.

-¡No quiero una colección de cajas vacías! ¡Vete! ¡No quiero verte!

Entonces el hombre, tranquilamente, abre la cajita y le dice:

-Tal vez sea esto lo que has perdido…

Layza se incorpora para mirar la cajita.

-¡Está todo ahí! ¡Es increíble! ¿Cómo ha ocurrido?

Tal vez, sin Layza darse cuenta, todos esos sentimientos, sensaciones e ilusiones no había desaparecido, si no que, simplemente, habían cambiado de cajita, habían cambiado de corazón.

A veces nos cegamos en que nuestra felicidad está sólo en un sitio, sólo junto a “esa” persona, y no nos damos cuenta de que la felicidad puede cambiar de rostro, puede cambiar de cajita.

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