Se levantó de la cama como quien tiene que ir a trabajar y va con prisas, aunque era domingo y él estaba en paro. Rebuscó por entre las sábanas su ropa y empezó a vestirse como si le fuera la vida en ello. Ni siquiera se hizo el nudo de la corbata, solo se la colocó alrededor del cuello. Él pensaba que yo estaba dormida, casi inerte tendida sobre la cama. La habitación no olía a alcohol, ni siquiera noté en mi aliento ningún indicativo de que hubiera bebido. Tal vez una copa de vino, tal vez dos. Mientras él se vestía a toda prisa, yo empecé a rememorar lo que había ocurrido unas horas antes. Me vi por un segundo en el otro punto de vista. Me vi reflejada en aquel tipo tan atractivo y tan solitario. Sus prisas me hacían sentirme tan vacía...tan insignificante… Entonces comprendí que tal vez algo no estaba yendo bien en mi vida, que tal vez esa sensación de pequeñez tan terrible la había sentido alguien por mi culpa, alguien que se hubiese sentido tan despreciado como para no merecer ni un beso de despedida, o alguien con quien yo decidí que no valía la pena pasar la noche si era para dormir abrazados. Todos nos merecemos un beso de despedida.
Cuando terminó de medio vestirse se giró para ver si estaba despierta, yo cerré los ojos y él se fue sin más despedida ni recuerdo que su perfume embriagando todo el piso.
No supe verles, supongo que tampoco quise.